Mil ojos esconde la noche by Juan Manuel de Prada

Mil ojos esconde la noche by Juan Manuel de Prada

autor:Juan Manuel de Prada [Prada, Juan Manuel de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fiction, General, War & Military
ISBN: 9788467073874
editor: Espasa
publicado: 2024-05-07T22:00:00+00:00


XIX

Cada vez que Ana María Sagi me recitaba un poema, el eco de su voz se me quedaba retumbando dentro, en las cámaras de mi desalmada alma, inspirándoles una renovada vida, o siquiera su torcido anhelo. Pero pronto entraban otros ruidos en mi alma, acallando ese eco insidioso. El mismo día en que por fin terminaron las obras en los altillos de la avenida Marceau, Lucien Rebatet publicó en Je Suis Partout un artículo restallante de bilis y violencia, como si quisiera advertirme de que se hallaba en plena forma y dispuesto a iniciar su carrera como «sobrecogedor» de la Falange. El artículo empezaba siendo una reflexión sobre la situación del arte contemporáneo, que comparaba con «un árbol de tronco aún vigoroso, pero con ramas marchitas» que debían podarse de inmediato, para de este modo «arianizar nuestras bellas artes». Una vez incorporado el elemento racial al guiso, Rebatet se lanzaba sin recato a la diatriba antijudía: «Son los judíos, cuya proliferación es semejante a la de los insectos parásitos, quienes han puesto en peligro la hermosa planta: los pintores o escultores judíos propagando los ejemplos más perniciosos, los mercaderes judíos con especulaciones desvergonzadas, los críticos regodeándose con un entusiasmo inagotable en la moral y en las obras de este vasto gueto». Y, a renglón seguido, lanzaba el anatema sin contemplaciones: «Deben ser prohibidos en todas sus manifestaciones. Y, sobre todo, debemos explicar incansablemente por qué los condenamos, cómo su influencia ha sido desastrosa para nosotros». Pero, cuando ya parecía que Rebatet sólo se iba a despachar contra el arte degenerado de los judíos, encontraba otra diana suplementaria para sus invectivas, el «arte pompier», fofo y academicista, que consideraba al menos tan culpable como los judíos de la decadencia de las bellas artes. Y, por lo tanto, también necesitado de una concienzuda «depuración», que debía extenderse «al Estado, a la Iglesia, a las clases adineradas»; es decir, a los clientes naturales del arte, que eran quienes habían patrocinado ese desolador arte pompier que se disfrazaba de «preceptos moralizadores».

—¿Has leído el artículo que hoy publica Rebatet en Je Suis Partout, Sebastián? ¿A ti te parece que la pintura de Grau Sala puede considerarse pompier?

Gasch me había conseguido una cita, antes que con ningún otro pintor polaquito, con Emilio Grau Sala, con quien mantenía una amistad especialmente estrecha, por ser ambos hombres u hombrines mesurados, poco proclives a las intemperancias y aspavientos tan habituales entre los rojos de pedigrí (y también porque Gasch había flirteado en Barcelona, antes de su exilio, con una hermana de Grau Sala llamada Caridad, con la que esperaba casarse algún día, cuando volviese a España y engordase un poco). Además, Grau Sala era, entre los pintores catalanes jóvenes, quien más éxito había cosechado en Francia, sobre todo porque su arte había logrado engatusar a esas «clases adineradas» de gusto fofo y academicista contra las que despotricaba Rebatet.

—Ese hombre es un energúmeno, Fernando, no hay que hacerle caso —se horrorizó Gasch—. ¿Viste con qué saña se empleaba contra los judíos? Y a saber a qué se referirá exactamente con arte pompier.



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